sábado, 28 de enero de 2012

LA ACTUALIDAD DEL PENSAMIENTO DE BELGRANO


La otra historia ha condenado a Manuel Belgrano a no ser. Belgrano no tiene día en el calendario oficial. El día de su muerte es el Día de la Bandera. Y ya sabemos de la importancia que el símbolo patrio adquiere entre nosotros más allá de los festejos deportivos y las declamaciones patrioteras de ocasión. No nos han enseñado con ejemplos a querer a nuestra Bandera. Ha sido violada y usurpada por los gobiernos genocidas que han hecho abuso de su uso. Hay que recuperarla para nosotros, y ésa es una tarea imprescindible pero larga. Mientras tanto, Belgrano sigue sin ser recordado como se merece.
El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras "familias patricias" dicen admirar en los demás, pero que no forman parte de su menú de opciones. Ellas morirán mucho más ricas de lo que nacieron porque el resto de los argentinos morirá mucho más pobre. Leyes de las matemáticas, de la suma y de la resta.
Claro que omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su capital económico y humano en la Revolución. No dicen que Belgrano no se resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le correspondía: sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción de escuelas y que le fueron robados por los perpetradores de la administración pública.
Manuel Belgrano fue mucho más que el creador de la Bandera. Estamos hablando de uno de los intelectuales más lúcidos de su tiempo que pudo escribir párrafos como los que siguen y que mantienen una dolorosa actualidad. Escribía en La Gaceta el 1º de septiembre de 1813: "Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario".
En sus Escritos económicos hay notables párrafos dedicados a la educación: "Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente educación!"
En cuanto a la distribución de la tierra escribía: "Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan".

martes, 24 de enero de 2012

La creación de la bandera

En 1812, la política exterior del Primer Triunvirato se basaba en sostener que el objetivo de la Revolución de Mayo fue preservar estos territorios para Fernando VII, que seguía cautivo de Napoleón, pero muchos, como Belgrano pensaban que ya era tiempo de pensar en la Independencia.
El día de la escarapela
A fines de 1811, aumentaron los ataques españoles contra las costas del Paraná ordenadas por el gobernador español de Montevideo, Pascual Vigodet. Frente a esto el Triunvirato encargó el 24 de enero de 1812 a Manuel Belgrano partir hacia Rosario con un cuerpo de ejército. El general Belgrano logró controlar las agresiones españolas e instalar una batería (una especie de fuerte militar) en las barrancas del Paraná, a la que llamó Libertad. A Belgrano le pareció absurdo que sus soldados siguieran usando distintivos españoles por lo que solicitó y obtuvo permiso para que sus soldados usaran una escarapela. Por decreto del 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creaba, según el diseño propuesto por Belgrano, una "escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían".
¿Independencia?
Belgrano se entusiasmó con el decreto y le respondió al Triunvirato, anunciándole que el día 23 de febrero de 1812, entregó las escarapelas a sus tropas para que "acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América". Era uno de los pocos que por aquel entonces se animaba a usar la palabra independencia. El Triunvirato, y sobre todo su secretario, Bernardino Rivadavia, estaba preocupado en no disgustar a Gran Bretaña, y a su embajador en Río de Janeiro, Lord Strangford, con quien estaba negociando la retirada de los portugueses de la Banda Oriental, a condición de que no se mencionase el tema de la independencia.
Monteagudo
Belgrano no estaba sólo en sus ideales independentistas. Así pensaba por aquel entonces Bernardo de Monteagudo, líder de la Sociedad Patriótica y futuro secretario de San Martín: "Sería un insulto a la dignidad del pueblo americano, el probar que debemos ser independientes: este es un principio sancionado por la naturaleza, y reconocido solemnemente por el gen consejo de las naciones imparciales. El único problema que ahora se ventila es, si convenga declararnos independientes, es decir, si convenga declarar que estamos en la justa posesión de nuestros derechos. Antes de todo es preciso suponer, que esta declaración sea cual fuese el modo y las circunstancias en que se haga, jamás puede ser contraria a derecho, porque no hace sino expresar el mismo en que se funda. Bernardo de Monteagudo, Mártir o Libre, domingo 29 de marzo de 1812.
La bandera
Belgrano seguía empeñado en avanzar en el camino hacia la libertad. El 27 de febrero de 1812,   inauguró una nueva batería, a la que llamó Independencia. Allí hizo formar a sus tropas frente a una bandera que había cosido doña María Catalina Echeverría, una vecina de Rosario. La bandera tenía los colores de la escarapela y su creador ordenó a sus oficiales y soldados jurarle fidelidad diciendo "Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad.".
La reacción del Triunvirato
Al enterarse el Triunvirato de la decisión de Belgrano de crear una bandera propia, reaccionó inmediatamente: "El gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden (la jura de la bandera), pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V.S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución".
A guardar la bandera
Pero Belgrano no llegó a enterarse de esta resolución hasta varios meses después de emitida y siguió usando la bandera nacional que fue bendecida el 25 de mayo de 1812 en la Catedral de Jujuy por el sacerdote Juan Ignacio Gorriti.
En julio recibió finalmente la intimación del Triunvirato y contestó admitiendo que en dos oportunidades había izado la bandera para "exigir a V.E. la declaración respectiva en mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones libres del globo". Concluye la carta indignado diciendo que destruirá la bandera: "La desharé para que no haya ni memoria de ella. Si acaso me preguntan responderé que se reserva para el día de una gran victoria y como está muy lejos, todos la habrán olvidado".
A jurar la bandera
En octubre de 1812 caía el Primer Triunvirato y las cosas comenzaban a cambiar. El Segundo Triunvirato, bajo la influencia de la Logia Lautaro creada por San Martín y la Sociedad Patriótica dirigida por Bernardo de Monteagudo, dio un nuevo impulso a la guerra revolucionaria, avaló lo actuado por Belgrano y éste pudo hacer jurar la bandera por sus tropas a orillas del río Pasaje, que desde entonces se llama Juramento.
Hasta llegar a ser como la conocemos hoy, la bandera nacional sufrió cambios de colores, de formas, leyes, y decretos.
¿Por qué celeste y blanca?
Hay muchas teorías sobre las fuentes de inspiración para la creación de la escarapela de la que derivan los colores de la bandera. Mirándolo con atención, todas las teorías tienen una relación entre sí. Los colores del cielo fueron tomados para representar el manto de la Inmaculada Concepción. Estos colores, a su vez fueron elegidos por la dinastía de los Borbones para la condecoración más importante que otorgaban: la Orden de Carlos III, celeste, blanca y celeste, y de allí surgió el color del penacho de los patricios y, seguramente, la escarapela.
La opinión de Sarmiento
Sarmiento, nos deja este testimonio: "Las fajas celestes y blancas son el símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de España sino de la Corona, que se extendían a Flandes, a Nápoles, a las Indias; y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de Mayo, para mostrar que del pecho de un rey cautivo tomábamos nuestra propia Soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla, ni de ahí en adelante dependería del disuelto Consejo de Indias".
Desagravio
El Congreso de Tucumán se encargó de desagraviar a Belgrano de aquel famoso reto del Triunvirato reivindicando su actuación patriótica y ratificando la bandera "celeste y blanca que se ha usado hasta el presente y se usará en lo sucesivo" como símbolo nacional. Durante la época de Rosas, sus partidarios se identificaban con el color rojo, mientras que sus opositores unitarios lo hacían con el celeste. Para evitar confusiones, Rosas mandó oscurecer la bandera que pasó a ser azul, blanca y azul, con cuatro gorros frigios, uno en cada ángulo.
Otra vez celeste y blanca
Tras la caída de Rosas en 1852, la bandera vuelve a ser celeste, blanca y celeste. Hasta que Sarmiento lo autorizó en 1869, estaba prohibido embanderar casas y edificios en las fechas patrias. Pero el presidente Roca en 1884 volvió a limitar su uso a las reparticiones oficiales como escuelas, cuarteles y barcos. Y aunque parezca mentira, se siguió discutiendo si debía ser azul y blanca o celeste y blanca hasta que en 1944 el presidente Farrell estableció por decreto que: "La bandera oficial de la Nación es la bandera con sol. Los colores están distribuidos en tres franjas horizontales celeste, blanca y celeste. El sol, con los treinta y dos rayos flamígeros y rectos, será del color amarillo del oro". Esta bandera fue durante mucho tiempo la bandera llamada "de guerra" y quedó reservada a los actos oficiales. Finalmente, en 1985, durante la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín se autorizó a todos los argentinos a usar la bandera con el sol en el centro.
El Monumento a la Bandera
El proyecto se originó el 3 de mayo de 1898, cuando el Concejo Deliberante de la Ciudad de Rosario aprobó una ordenanza para levantar un monumento en homenaje a nuestra bandera y a su creador, justamente en el lugar donde Belgrano la hizo flamear por primera vez. El poder ejecutivo Nacional, por Ley del 30 de septiembre de 1903, se hizo cargo de las obras. Pero recién en 1943 comenzó la construcción a cargo del arquitecto Ángel Guido y los escultores Alfredo Bigatti y José Fioravanti. Fue inaugurado el 20 de junio de 1957.

miércoles, 18 de enero de 2012

La dignidad como obligación

Sobran los dedos de una mano para contar los hechos y personas sobre los que puede decirse, sin temor a equivocación, que han logrado, por consenso unánime, el reconocimiento de los argentinos. La Revolución de Mayo porque abrió el camino hacia la emancipación y cambió el principio de la legitimidad del poder; la declaración del 9 de julio de 1816 porque hizo efectiva la independencia; Manuel Belgrano, porque fue el creador de la bandera y su trayectoria se admite como ejemplo de virtudes cívicas en el más amplio sentido de la expresión; finalmente San Martín, porque su acción militar y su lucidez política, libre de ambiciones personales espurias, puestas al servicio de la libertad de su país y de América hispana, permiten reconocerlo como un símbolo de la consolidación de los ideales contenidos en los acontecimientos fundadores del decenio de 1810.

Una construcción que comenzó el siglo pasado a doce años de su muerte cuando se inauguró su estatua en la plaza llamada Campo de Marte, que a partir de 1878, al cumplirse el primer centenario del nacimiento de San Martín, fue rebautizada con su nombre. Para entonces, habían cobrado nuevos impulsos las iniciativas para repatriar los restos y cumplir con el deseo expresado en su testamento (1844) de que su corazón descansara en Buenos Aires. La repatriación se concretó en 1880 y los restos se depositaron en un mausoleo en la catedral porteña. El centenario de San Martín se había cumplido cuando el país comenzaba a recuperarse de la crisis económica de 1873 y el retorno de sus restos había venido a consagrar, simbólicamente, el fin de las disputas por la federalización de Buenos Aires y la consiguiente consolidación de la unión nacional. Pocos años después, Bartolomé Mitre publicaba su Historia de San Martín y la emancipación sudamericana, constituyéndose la obra en la coronación intelectual de los fastos sanmartinianos. El mito se había entronizado definitivamente y los discursos y las acciones de la posteridad mostrarían hasta dónde, en el ancho campo de las ideologías, San Martín era la figura emblemática que podía comprender a todos.
La escuela, alentada por el espíritu del catecismo patriótico nacido al calor del centenario de la Revolución de Mayo, no hizo sino cristalizar una imagen sanmartiniana que con el paso de los años, cuanto más declamaba el rescate del hombre, más destacaba su estatua. Por su lado, en la confluencia entre historia, cultura y política –donde dos modelos calaron muy hondo, la educación ciudadana y el hombre político como gran hombre, conductor de pueblos e inspirador del alma colectiva– San Martín revelaría, con independencia del ángulo ideológico desde el que se lo utilizara, la validez instrumental de tales modelos. Cada quien entresacó de las acciones y los gestos del prócer aquello que podía actuar como prueba eficiente de su visión de la historia. Mientras, desde 1933, por disposición del gobierno del general Justo, el 17 de agosto pasaba a ser feriado nacional en conmemoración del héroe magno de la nacionalidad, el revisionismo rosista de los años treinta levantó la donación del sable hecha por San Martín a Rosas como la convalidación de los méritos del gobernador de Buenos Aires para integrar el panteón nacional, cosa que le había negado, muy especialmente, la historiografía liberal y seguiría haciéndolo. Ni unos ni otros lo dijeron todo y por fin, no se trató sino de otro episodio de apropiación ideológica de la historia, que en cada época dirimió sus propias rencillas apoyándose en los hechos del pasado para justificar mejor o peor cuestiones de cada presente.
Con la revolución de 1943, el Ejército, entonces al frente del Estado, se hizo cargo, absolutamente, de la administración de los honores a San Martín. Se instituyó, el 17 de agosto de ese año, la Orden del Libertador San Martín, condecoración destinada al reconocimiento de los servicios prestados al país o a la humanidad por personalidades extranjeras, asociando así el mayor premio otorgado por la Nación a la figura intachable del padre de la patria. Por otra parte, el Instituto Nacional Sanmartiniano, corporación surgida en 1933 por iniciativa privada, también pasó a depender del Ejército en 1944, después de la celebración del aniversario sanmartiniano de ese año. Perón asistió a la celebración en su calidad de vicepresidente de la Nación y en el desfile participaron, junto a los militares, delegaciones sindicales. El coronel sembraba y la cosecha sería abundante. En 1949, la ley 13.661 declaró a 1950, centenario de su muerte, Año del Libertador General San Martín. La apoteosis sanmartiniana se renovaría cada día de los 365 de 1950 y el general Perón, imbuido como militar y político, del fervor patriótico que convenía a un conductor de pueblos como él, encontró el escenario ideal para impulsar la causa de la reelección que le había habilitado la reforma constitucional. El culto al prócer le servía de maravillas para catequizar con el ejemplo de los grandes hombres y el respeto y la admiración debidas a quienes lo daban todo por la ventura de su patria.
En 1978, año del bicentenario del nacimiento de San Martín, se llevaron a cabo dos celebraciones de muy distinto orden. El Campeonato Mundial de Fútbol y el II Congreso Internacional Sanmartiniano. El primero, de alcance masivo, serviría al autodenominado Proceso de Reorganización Nacional para más de un objetivo, entre otros asociar torpemente al triunfo deportivo a la buena gestión del gobierno. El segundo, donde la moderación de los discursos oficiales no alcanzó para ocultar el fondo de sus intenciones políticas y de su ideología, ofició de gran homenaje a San Martín y recogió las investigaciones tanto de experimentados como de jóvenes estudiosos del país y del extranjero y el quehacer de la historia contribuyó, por pocos días, a brindar alguna serenidad frente a las angustias de una sociedad castigada por la falta de garantías constitucionales, entre otras muchas calamidades.
 Si en algún lado anida, en este momento, la herencia de San Martín, es en el esfuerzo silencioso de esa mayoría del país que cada día, convencida de los valores de la democracia, no proclama, pero sí ejerce la defensa de su dignidad y de su libertad.

lunes, 16 de enero de 2012

EL REVUELTO GRAMAJO

Este típico plato fue creado por el coronel Artemio Gramajo, ayudante del general Julio A. Roca a quien acompañó durante años.
Al pie de la caricatura de Cao, conocido caricaturista de la época, aparecida en "Caras y Caretas" del 19 Octubre de 1901, dice:

"Es Gramajo de Roca el ayudante
y además un glotón de mucho aguante
Vale decir que nuestro presentado
ayuda al Presidente ... y al mercado"


Cuenta Félix Luna que era costumbre del amigo del general Roca desayunar todos los días mezclando huevos fritos, papas fritas, trocitos de jamón y de cebolla. En “Soy Roca, Félix Luna relata así, algunos aspectos del personaje en cuestión:

“Amigo en la buena y en la mala fortuna, discreto, servicial, afectuoso, caballeresco, valiente, bromista, glotón y amarrete con los pesos. Durante mi primera Presidencia lo nombré Edecán lo siguió siendo toda la vida con nombramiento o sin nombramiento. Pasará a la historia por esto y por nuestra perdurable amistad, que lo convirtió durante décadas en mi “alter ego”, pero también por haber inventado el Revuelto que lleva su nombre y se ha transformado en un plato corriente en los restaurantes de Buenos Aires.”

Este militar santiagueño, dos años mayor que Julio A. Roca, conoció al prócer desde muy joven y lo acompañó en las buenas y en las malas. Personaje de reconocida bonhomía, grandote y fortachón, de buen paladar y resistente estómago, usaba los grandes bigotes de estilo en su época. Mas que por sus méritos militares como coronel, su apellido pasó a la posteridad por darle nombre a la típica comida “revuelto gramajo”

viernes, 6 de enero de 2012

DON LISANDRO DE LA TORRE


Un nuevo día de Reyes Magos nos recuerda el suicidio de Lisandro de la Torre. En la víspera puso fin a su vida, en 1939, disparándose un tiro en el corazón, tal como lo hicieran antes otros líderes y como después lo hizo René Favaloro.

Todos ellos, al tomar esa trágica decisión tuvieron la intención de dejar bien en claro que no fueron pensamientos erróneos o indignos, formados en sus mentes, los culpables de tan tremendas decisiones.

Muy por el contrario, sabedores que sus ideas servirían de base para que sus discípulos continuaran sus obras, prefirieron destruir definitivamente sus corazones, que hacía rato los tenían lacerados. Lacerados por el desdén de los incapaces envidiosos y la falta de reconocimiento de la mediocre mayoría.
Lisandro de la Torre, el político que enfrentó en soledad la corrupción y los negociados de la década infame, nació en Rosario el 6 de diciembre de 1868. Su padre, Don Lisandro, había comenzado a amasar una fortuna como comerciante y la consolidó como estanciero. Su madre, doña Virginia Paganini, culta y enérgica, hablaba a la perfección el francés e intentaba que en la casa de los De la Torre se hablaran las dos lenguas con soltura.
La conflictiva vida de Lisandro registra su primer incidente muy precozmente: en la pila bautismal. El cura Pantaleón Galloso, un conservador que se había negado a casar a una pareja porque habían contraído matrimonio civil, se negó a bautizar al pequeño porque su nombre no figuraba en el santoral. Los padres insistieron y finalmente acordaron llamarlo Nicolás Lisandro.

Cursó sus estudios primarios y secundarios en Rosario y al egresar del Colegio Nacional, se trasladó a Buenos Aires para estudiar derecho. A los 20 años se graduó como abogado con su tesis sobre el gobierno municipal y regresó a Rosario donde tomó contacto con los círculos políticos opositores a la política de Juárez Celman, que pronto confluyeron en la formación de la Unión Cívica en 1889. En julio de 1890, se trasladó a Buenos Aires y participó activamente junto al sector de Leandro N. Alem en la Revolución del Parque. Contará años más tarde: "Yo estuve en muchas de las interioridades de la Junta Revolucionaria debido a la amistad que, a pesar de mi juventud, me mostraban Del Valle y Alem, y actué como centinela del gobierno revolucionario en su despacho del Parque y vi con mis ojos muchas cosas que no aparecen en los partes, que podrían vincularse a trascendentales acontecimientos posteriores" Tras la derrota de la Revolución, De la Torre apoyó a Alem, participó en 1891 en la conformación de la Unión Cívica Radical y fue el puntal del nuevo partido en la provincia de Santa Fe. Durante la revolución radical de 1893, el alzamiento de los hombres de Alem contra el fraude y la corrupción del régimen, Lisandro fue el jefe de operaciones en su provincia natal. Junto a un grupo de correligionarios se apoderó de la jefatura de policía de Rosario y avanzó con sus fuerzas, incrementadas por el apoyo popular hacia la Capital de la provincia, donde llegó a proclamarse a don Leandro como presidente del nuevo gobierno revolucionario. Pero en el resto de las provincias sublevadas, los revolucionarios fueron derrotados. Al quedar aislados, los radicales de Santa Fe debieron deponer su actitud.
El espíritu siempre inquieto y cuestionador de De la Torre, lo llevó a preguntarse si habían empleado el método correcto. Necesitaba tiempo para escribir y pensar y se retiró a administrar un campo que le había regalado su padre. Pero el retiro voluntario duró poco. A fines de 1895, Aristóbulo del Valle, el otro referente de los cívicos, lo convocó a Buenos Aires para dirigir un nuevo periódico, El Argentino, destinado a levantar un movimiento electoral contra la candidatura de Roca. De la Torre encaró la tarea con entusiasmo. Pero en enero de 1896, Del Valle murió inesperadamente y en julio del mismo año Alem se suicidó. El radicalismo quedó acéfalo. De la Torre propuso una alianza con los mitristas para derrotar a Roca pero se encuentró con la firme oposición del nuevo líder radical, Hipólito Yrigoyen, y decidió apartarse de las filas radicales en estos términos: "El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del Doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables"
Su indignación con la política de Yrigoyen lo llevó a retar a duelo al sobrino de Alem. Yrigoyen no sabía esgrima y contrató a un profesor para la ocasión. De la Torre, en cambio, era un experto. El duelo se concretó el 6 de septiembre de 1897 y duró más de media hora al cabo de la cual, paradójicamente, De la Torre presentaba heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo, mientras que Yrigoyen resultó ileso. A partir de entonces, De la Torre comenzará a usar su barba rala para disimular las marcas de aquella disputa con Don Hipólito.
Tras el duelo y la ruptura con la nueva conducción radical, De la Torre volvió a Rosario y fundó un nuevo diario: La República, desde donde expondrá sus ideas, cada vez más distanciadas de las de Yrigoyen. De la Torre irá abriendo un nuevo espacio político a la derecha del socialismo y a la izquierda de los conservadores, que se plasmará en 1908 en la conformación de un nuevo partido político: la Liga del Sur. El movimiento surgía para defender los intereses de los departamentos sureños de la provincia de Santa Fe olvidados por los sucesivos gobiernos provinciales. De la Torre pronunció un enérgico discurso en el acto de proclamación de "la Liga", definiéndola como "un acto de protesta y de defensa propia contra la absorción irritante y expresión de fe en las propias actitudes para realizar los fines del gobierno libre. Así surge a la escena esta poderosa agrupación popular. La Liga del Sur no es la liga del sur contra el norte; la Liga del Sur es la concentración de voluntades de los habitantes del sur en defensa de su autonomía y en contra del localismo absorbente de la ciudad capital. Mañana podrá existir la Liga del Norte con la misma bandera". A poco de fundada, la Liga comenzó a crecer, incorporando en sus filas a figuras influyentes de la provincia, como el Dr. Ovidio Lagos, director del diario La Capital de Rosario.
La Ley Sáenz Peña, de voto universal, secreto y obligatorio, que ponía fin a décadas de fraude electoral, fue sancionada el 10 de febrero de 1912 y aplicada por primera vez en las elecciones de gobernador y diputados nacionales en Santa Fe en abril de ese año. De la Torre fue electo diputado nacional por la Liga del Sur. Presentará numerosos proyectos de ley, entre los que se destacan el que solicitaba la adquisición de tierras por el estado para distribuirlas entre pequeños y medianos productores; el que dio origen a la fundación de la Facultad de Ingeniería de Rosario y hará oír su voz en todos los debates decisivos, lo que proyectó su figura a nivel nacional.
Se acercaban las elecciones nacionales de 1916 y todo parecía indicar que el triunfo sería para los radicales. De la Torre se propuso crear una alternativa política de centro derecha. Así nació el Partido Demócrata Progresista, que quedó constituido en un meeting en el Hotel Savoy de Buenos Aires el 14 de diciembre de 1914. Dijo entonces: "Después de la disolución de los antiguos partidos, participamos del deseo general de crear uno nuevo, no para que haga vivir situaciones y partidos del pasado, sino que inspirados en la alta tradición del espíritu argentino, pueda armonizar con las exigencias presentes y futuras de nuestra sociedad, todo lo que debe ser conservado como vínculo de solidaridad entre las anteriores y las nuevas generaciones" . Y en clara alusión a la falta de experiencia en la administración pública de sus adversarios radicales agrega: "Queremos que ocupen los principales puestos nacionales ciudadanos que hayan dado pruebas suficientes de aptitud para realizar los anhelos permanentes de orden institucional, de progreso económico, de continuidad en la labor de cultura moral e intelectual, fundados a costa de tantos sacrificios de las generaciones anteriores"
La convención nacional del PDP eligió a Lisandro de la Torre como candidato a presidente para las anheladas elecciones de 1916. Su compañero de fórmula fue el entrerriano Alejandro Carbó, de amplia labor en el terreno educativo, que provenía de las filas del Partido Autonomista Nacional. El nuevo partido cerró su campaña en el histórico local del Frontón Buenos Aires, donde se realizó allá por 1889 la primera reunión pública de la Unión Cívica. Lisandro confiaba en lograr el apoyo de las fuerzas conservadoras, pero éstas desconfiaban de él por su paso por el radicalismo y su amistad con Alem. Tanto el decisivo Partido Conservador de la Provincia de Buenos Aires, como el presidente Victorino de la Plaza le negaron su adhesión. El triunfo sería para la fórmula radical encabezada por su viejo adversario, Hipólito Yrigoyen, y Pelagio Luna. El radicalismo llegaba al gobierno y se iniciaba una nueva etapa en la vida política argentina.
De la Torre explicó en una carta los motivos del fracaso electoral: "Las clases media y proletaria no se conforman con quedar libradas a los beneficios que puedan derivarse del "bienestar general". Quieren saber concretamente qué propósitos tienen los partidos políticos sobre las cuestiones que a ellas les interesan: participación de los obreros en las utilidades de las fábricas, limitación de las grandes ganancias y de las grandes fortunas, pensiones a la vejez, seguro de desocupación y otros puntos semejantes. No caben ya equívocos sobre las cuestiones sociales y del trabajo, por más que los conservadores argentinos no lo comprendan todavía” .
La incapacidad de las fuerzas conservadoras de articular un partido político moderno e integrado a la problemática nacional tendrá nefastas consecuencias. Estos sectores se irán apartando de la política institucional y acercando cada vez más a la vía autoritaria de acceso al poder a través del golpe de estado.
En octubre de 1920, tuvieron lugar las elecciones para constituyentes con el objetivo de reformar la Constitución provincial de Santa Fe. Los radicales obtuvieron 36 convencionales y los demócratas progresistas 24. La labor de la convención transformó a la nueva carta magna en una de las más avanzadas y progresistas de la época. Eliminó a la religión católica como credo del estado, dedicó un capítulo especial a los derechos laborales, creó la Corte Suprema de Justicia y un Jury de enjuiciamiento para los magistrados. El gobernador de la provincia, el radical alvearista Enrique Mosca, futuro candidato a vicepresidente por la Unión Democrática en 1946, rechazó todo lo actuado por la convención. De la Torre denunció el atropello del gobierno radical y lo calificó como "las conveniencias públicas entre factores poderosos: el presidente de la República, el gobernador, el clero católico, representante de los inmensos intereses conservadores y antidemocráticos de la sociedad".
En las elecciones de 1922 se produjo el recambio radical: Marcelo Torcuato de Alvear reemplazó a Hipólito Yrigoyen. Llegaba al gobierno el sector más conservador del radicalismo. De la Torre fue electo nuevamente diputado nacional y desde su banca promoverá proyectos de ley de fomento de las cooperativas y de expropiación de frigoríficos extranjeros.
La vida privada de De la Torre era un misterio aún para sus amigos más cercanos. No se le conocieron noviazgos ni compañías femeninas. Sólo trascendió que mantenía una respetuosa amistad con su comprovinciana Elvira Aldao de Díaz.
En 1926, en vísperas de terminar su mandato legislativo, desanimado y sintiéndose muy solo con sus ideas, De la Torre anunció su retiro definitivo de la política. Se retiró a su estancia de Las Pinas en el límite de Córdoba con La Rioja. Allí lo irán a buscar en septiembre de 1930 los enviados de su viejo amigo, el general José Félix Uriburu, que se preparaba a derrocar a Hipólito Yrigoyen con el apoyo de los sectores conservadores. Uriburu le ofrece el ministerio del interior en el futuro gobierno. De la Torre lo rechaza porque, según dice, "el programa de Uriburu es más amenazador que el de Yrigoyen. El general desconfía de la capacidad del pueblo para gobernarse, no cree en la elevación moral de los hombres políticos y atribuye a las instituciones libres vicios orgánicos que la conducen a la demagogia. Yo creo exclusivamente en el gobierno de la opinión pública".
El llamado de los golpistas, que consuman sus planes el 6 de septiembre de 1930, inaugurando el nefasto ciclo de los golpes de estado en Argentina, saca a De la Torre de su retiro político. Regresó a Buenos Aires y tomó contacto con sus viejos compañeros de ideas y con la dirigencia del Partido Socialista. De estas reuniones surgió la Alianza Demócrata Socialista, que llevará a las elecciones nacionales del 8 de noviembre de 1931 la fórmula Lisandro De la Torre-Nicolás Repetto, que enfrentará al oficialismo representado por el binomio Agustín P. Justo-Julio A. Roca (hijo). El programa de la Alianza contemplaba las aspiraciones de las clases media y obrera en una época de crisis mundial y creciente desocupación y se adelantaba en sus postulados al New Deal llevado adelante a partir de 1933 por el presidente Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos, base del estado benefactor que florecerá en distintas partes del mundo entre las décadas del 30 y del 40.
Pero la oligarquía en el poder retomó las viejas prácticas del fraude electoral, al que denominaron patriótico, porque, según sus ejecutores, se hacía para salvar a la patria del gobierno de la "chusma". Se consumó un escandaloso fraude en todo el país. Como en las épocas previas a la Ley Sáenz Peña, volvieron a votar los muertos, se quemaron urnas y se colocaron matones en las mesas de votación. Con estos métodos, la Alianza fue derrotada y asumió la presidencia el general Justo. De la Torre, presionado por sus amigos, aceptó ocupar una banca en el Senado de la Nación en representación del Partido Demócrata Progresista, que había triunfado en Santa Fe.
En 1932, en Otawa, Canadá, ante la crisis, Inglaterra se reunió con sus colonias y ex colonias para reorganizar su comercio exterior. El Reino Unido decidió adquirir los productos que antes compraba a la Argentina, en Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
En los sectores ganaderos exportadores argentinos hubo un gran desconcierto: la metrópolis los había abandonado. El gobierno de Justo, fiel representante de los sectores ganaderos exportadores, envió a Londres al vicepresidente Julio A. Roca (hijo) para tratar de llegar a algún acuerdo.
Hubo una cena de recepción donde Roca dijo sin ruborizarse que la Argentina era desde el punto de vista económico una parte integrante del imperio británico. Otro miembro de la delegación, director de los FFCC ingleses en Argentina no se quedó atrás y dijo a su turno que "la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad".
Finalmente se firmó un tratado con el ministro de Comercio británico, Sir Walter Runciman.
Por el pacto Roca–Runciman, Inglaterra sólo se comprometía a seguir comprando carnes argentinas siempre y cuando su precio fuera menor al de los demás proveedores. En cambio, la Argentina aceptó concesiones lindantes con la deshonra: liberó los impuestos que pesaban sobre los productos ingleses y se comprometió a no permitir la instalación de frigoríficos argentinos.
Se creó el Banco Central de la República Argentina con funciones tan importantes como la emisión monetaria y la regulación de la tasa de interés, en cuyo directorio había una importante presencia de funcionarios ingleses. Finalmente, se le otorgó el monopolio de los transportes de la Capital a una corporación inglesa.
De la Torre denunció el acuerdo en el Senado por escandaloso y promovió el debate.
"El gobierno inglés le dice al gobierno argentino ‘no le permito que fomente la organización de compañías que le hagan competencia a los frigoríficos extranjeros’. En esas condiciones no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones. Los dominios británicos tienen cada uno su cuota de importación de carnes y la administran ellos. La Argentina es la que no podrá administrar su cuota. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: "al gran pueblo argentino, salud"
Dos años más tarde, en mayo de 1935, acusó por fraude y evasión impositiva al frigorífico Anglo. Aportó pruebas que comprometían directamente a dos ministros de Justo: Pinedo, ministro de Economía, y Duhau, ministro de Hacienda.
De la Torre probó cómo se ocultaba información contable en cajas selladas por el Ministerio de Hacienda y demostró hasta dónde llegaba la impunidad de los frigoríficos ingleses tras la firma del pacto Roca-Runciman. Las entradas para el debate se agotaban y la gente hacía largas colas para escuchar y alentar a Lisandro.
Las denuncias hicieron evidentes las conexiones del gobierno con otros negociados. El nivel de las discusiones en el senado fue subiendo de tono hasta que se decidió hacer callar a De la Torre. Un matón del Partido Conservador, el ex comisario Ramón Valdez Cora, atentó contra la vida del senador y mató a su amigo y compañero de bancada Enzo Bordabehere. Se dio por terminado el debate.
Pero el ataque a De la Torre no había terminado. El gobierno de Justo decretó la intervención a la provincia de Santa Fe, derrocando al gobierno demócrata progresista de Luciano Molinas. De la Torre se mostró abatido y confesó su voluntad de abandonar la política. Una de sus últimas intervenciones en el Senado tuvo lugar en ocasión del debate del proyecto de Ley sobre represión del comunismo. Dirá entonces: "El peligro comunista es un pretexto, es el ropaje con que se visten los que saben que no pueden contar con las fuerzas populares para conservar el gobierno y se agarran del anticomunismo como una tabla de salvación. Bajo esa bandera se pueden cometer toda clase de excesos y quedarse con el gobierno sin votos. Yo soy un afiliado a la democracia liberal y progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista, mientras los reaccionarios trabajan a favor de ella con su incomprensión de las ideas y de los tiempos" .
Terminado el debate, De la Torre presentó su renuncia al Senado y se retiró a su casa de la calle Esmeralda 22, de la que sólo salía para brindar alguna conferencia o participar en homenajes a viejos amigos de ideas como Aníbal Ponce. En 1938, sus amigos le prepararon un cumpleaños sorpresa. De la Torre cumplía 70 años y se lo notaba muy apesadumbrado. Hacía pocos días había fallecido su madre y comenzaba a rondar por sus ideas el fantasma de Alem. Lentamente, comenzó a despedirse de sus allegados y de sus cosas más queridas hasta que, al mediodía del 5 de enero de 1939, puso fin a su vida disparándose un balazo al corazón.
Junto a su cadáver se encontró una carta dirigida a sus amigos: "Les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público ni ceremonia laica ni religiosa alguna. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida. Si ustedes no lo desaprueban, desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós”
El asesinato de Enzo Bordabehere
El martes 23 de julio de 1935, más o menos a las cuatro de la tarde, el senador santafesino por el Partido Demócrata Progresista, Enzo Bordabehere, fue asesinado en la Cámara Alta de la Nación. El ex comisario Ramón Valdez Cora, reconocido matón a sueldo del régimen conservador, policía corrupto y provocador profesional, disparó cuatro balazos, tres de los cuales dieron en el cuerpo del legislador. Bordabehere fue trasladado al hospital Ramos Mejía, pero morirá una hora más tarde a pesar de los esfuerzos del doctor Wibert y su equipo.
Una hora después los senadores volverán a reunirse en recinto y le tributarán la despedida al hombre de 44 años que había nacido en Montevideo en 1889, se había educado en Rosario y consideraba a Lisandro de la Torre como su maestro político. Como contrapartida, o como dato sugestivo, esa misma noche el presidente Agustín Justo asistirá a una función de gala en el Teatro Colón acompañado por su esposa. El miércoles 24 de julio en la estación de trenes de Retiro se realizará un acto público para despedir al senador muerto, previo al traslado de sus restos a Rosario. Allí usaron de la palabra Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios. Se habló del asesinato de un legislador y de la presencia del hampa en una de las máximas instituciones de la República. El público se enardeció y menudearon los insultos a los conservadores. Alguien propuso salir a la calle a protestar y la policía disolvió la manifestación.
El viernes 26 de julio, en la ciudad de Rosario, más de setenta mil personas acompañarán los restos de Bordabehere al cementerio. Allí hablarán Luciano Molinas, Mario Bravo y Agustín Rodríguez Araya. Lisandro de la Torre no estaba presente porque, más o menos a esa hora, se batía a duelo con Federico Pinedo en El Palomar. Los padrinos de Pinedo eran todo un testimonio. Uno se llamaba Robustiano Patrón Costas, un clásico exponente del régimen oligárquico liberal; el otro era Manuel Fresco, fascista confeso y uno de los promotores más convencidos de los beneficios del fraude electoral calificado por ellos mismos como “patriótico”.
Como se ha encargado de divulgarlo la historia a través de investigaciones, relatos, películas y obras de teatro, el asesinato de Bordabehere se produjo cuando en la Cámara de Senadores se debatía lo que se conoce como el “negociado de las carnes”. En septiembre de 1934 se había constituido una comisión investigadora integrada por los senadores Laureano Landaburu y Carlos Surrey -por la mayoría conservadora- y Lisandro de la Torre, por la minoría. Importa destacar que la constitución de esa comisión fue aprobada por unanimidad. Su tarea consistía en investigar irregularidades administrativas e impositivas que pudieran haber cometido los frigoríficos ingleses en el marco de las nuevas condiciones de comercialización creadas por el pacto Roca-Runcimann firmado en 1933.
La comisión trabajó a pleno y se demostró que había evasión impositiva, fraude fiscal y operaciones delictivas consistentes en el ocultamiento de informes contables y el traslado de planillas comprometedoras en cajas de rost beef. Cuando se descubrió que la empresa Anglo ocultaba sus libros contables en el vapor Norman Star, el escándalo adquirió proporciones mayúsculas. Como consecuencia de esas intervenciones, Richard Tootell, gerente del frigorífico Anglo, será detenido por desacato. La investigación oficial, mientras tanto, compromete a los frigoríficos La Blanca, Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, Armour, Wilson y Swift. “Robo frigorífico organizado que se cumple con la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que a veces lo deja hacer y otras lo protege directamente”, dirá Lisandro de la Torre en aquellas jornadas.
Hasta la primera semana de julio la comisión investigadora parece actuar en común acuerdo. Los problemas internos se presentarán a partir del 11 de julio de 1935, cuando los informantes empezaron a dar a conocer sus conclusiones en la Cámara. Luis Duhau, ministro de Agricultura, y Federico Pinedo, ministro de Hacienda, se hicieron presentes en la Cámara para ser interpelados. Las palabras de Lisandro de la Torre sonarán cada vez más fuertes. También eran fuertes las imputaciones que le hacían los conservadores. Mientras el legislador santafesino denuncia la corrupción económica e imputa esa corrupción a un sistema político fraudulento y conservador, sus oponentes le reprochan el apoyo a Uriburu en 1930, los beneficios obtenidos por su partido en la provincia de Santa Fe gracias a ese apoyo y la participación de funcionarios demoprogresistas en el régimen fascista, uno de cuyos exponentes era Ibarguren, designado interventor de la provincia de Córdoba.
La última sesión, la del 23 de julio, fue la más violenta. Las agresiones circulan de ida y vuelta. Las palabras de Pinedo y Duhau -pero sobre todo de Pinedo- eran agraviantes. De la Torre no se quedaba atrás. Era incisivo, rápido y mordaz para las respuestas y, además, sabía ofender. Los ataques descendieron al terreno personal. Todos los legisladores se preguntarán en el futuro cómo se había podido llegar a una situación así. Los más conocedores de la vida parlamentaria aseguraban que si Julio Roca hubiera dirigido el debate, el desenlace trágico no se habría producido porque, seguramente, atendiendo al cariz que tomaban los acontecimientos, se habrían suspendido las sesiones, que era lo que correspondía hacer.
Las escenas que precipitaron el crimen son muy conocidas. Lisandro de la Torre se acercó a Pinedo, tal vez para insultarlo o algo más. Se interpuso Duhau y lo empujó. De la Torre cayó al suelo. En ese momento, Bordabehere saltó de su banca y se acercó. Los conservadores dirán que estaba armado; algo parecido asegurará el diario Libertad de los socialistas independientes cuya máxima figura era, justamente, Pinedo. Ésa será la excusa del asesino Valdez Cora. No había pruebas ni testimonios que verificaran esa imputación. Bordabehere era joven, robusto, fuerte, pero no era hombre de armas llevar. Sí lo era Valdez Cora. No deja de ser bochornoso que los conservadores le imputaran la responsabilidad de lo sucedido al muerto e incluso se dedicaran a escarbar en su vida personal para probar su hipótesis.
La tragedia podría representarse en cámara lenta. En el momento en que Bordabehere se acercó para auxiliar a De la Torre, el señor Valdez Cora desenfundó su revólver y disparó. Dos tiros dieron en la espalda del senador santafesino. Éste alcanzará a darse vuelta y el tercer disparo le pegará de frente. Un cuarto disparo hirió en la mano a Luis Duhau. Y ésa será su coartada para probar que él no ordenó matar. El otro herido fue el senador Rafael Mancini.
La confusión en la sala era absoluta. Los hombres gritaban, se empujaban, algunos corrían para asistir a los heridos. Valdez Cora aprovechó la situación para escapar. Se refugiará en la sala de taquígrafos y será detenido por Alfredo Palacios. Desde un primer momento el asesino dirá que actuó por cuenta propia. Que había visto a Bordabehere avanzar armado hacia el ministro Duhau, y que disparó para protegerlo.
Valdez Cora, además de matón y coimero, era un protegido por el orden conservador. Su condición de hombre de confianza del régimen le había permitido asistir al debate desde un lugar privilegiado. Después se sabrá que frecuentaba la casa de Duhau, una amistad que el propio Duhau nunca desmentirá. La hipótesis de que Valdez Cora cumplió la orden de asesinar a Bordabehere no es sostenible. Los conservadores no eran angelitos, pero tampoco eran criminales, por lo menos en ese nivel. Su responsabilidad es más estructural. Personajes como Valdez Cora eran a los que ellos recurrían para protegerse o para asegurar una mesa electoral. Quien dispone de perros de presa no puede sorprenderse de que en algún momento el perro muerda sin permiso.
Lisandro de la Torre se expresará con su habitual claridad. “Las balas estaban dirigidas al corazón del Parlamento argentino; aún este Congreso viciado por el fraude y la corrupción, les molesta”, puntualizará. Cuando se enteró de que Valdez Cora había sido detenido dirá: “Se sabe el nombre del matador pero no del asesino”. Estaba convencido de que Valdez Cora cumplía órdenes. Estaba convencido y estaba amargado. “Estoy solo, estoy viejo, estoy cansado” dirá. En 1937, el 5 de enero, presentará su renuncia a su cargo de senador. Exactamente dos años después se suicidará. “Cachá el bufoso, vamo a dormir” escribirá Discépolo, con su filosofía agria pero realista.
El crimen no quedará impune. En 1937 la Justicia sentenció al matador a doce años de prisión. La Corte luego elevaría esa condena a veinte años. En rigor, la cumplirá hasta 1953, fecha en que fue indultado por Perón. Como se dice en estos casos: una mano lava la otra y entre las dos nos lavamos la cara.

jueves, 5 de enero de 2012

Regina Pacini & Marcelo Torcuato de Alvear: el dandy y la diva del canto

Mucha gente se acercó aquel sábado 29 de abril de 1907 a la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, construida en 1567 en el Chiado, el barrio céntrico de Lisboa, para ver de cerca una boda que prometía ser fastuosa. Se casaba Regina Pacini, la soprano ligera que era ídolo de los melómanos portugueses desde que, a los 17 años –casi dos décadas antes– había debutado en el Teatro Real de San Carlos, el coliseo operístico de Lisboa. Lo de Regina había sido debut y consagración: en la sala estaba la reina de Portugal, doña Amalia. Regina cantó La sonámbula, de Vincenzo Bellini, y el teatro se vino abajo. Del novio, en cambio, se sabía poco. Sólo que era un tal Alvear, millonario sudamericano. A las nueve en punto de la mañana se abrieron las puertas de la sacristía y una pareja avanzó hacia el altar. Pero, ante el desconcierto general, quienes aparecieron fueron... una criada y un agente de policía, rojos de vergüenza ante aquella multitud. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaban la prima donna y su novio potentado?
Marcelo Torcuato de Alvear y Regina Pacini se habían casado a las siete de la mañana, cuando la iglesia estaba desierta. Con aquella ceremonia casi clandestina culminaba (o quizás empezaba) una historia de amor que iba a desafiar varios tabúes de la sociedad argentina.
Ella había sido llamada Regina por haber nacido el Día de Reyes de 1871. Vino al mundo en la rua de Loreto. Era hija de una andaluza, Felicia Quintero, y de un italiano, Pietro Pacini, director escénico del Real de San Carlos y autor de noventa óperas. A los dieciséis años tenía una voz de cristal. Su carrera fue imparable y conquistó todos los baluartes de la lírica: se rindieron al hechizo de su voz el Liceo de Barcelona, la Scala de Milán, la Opera de París. En el Covent Garden de Londres cantó Lucía de Lammermoor con Enrico Caruso. Aunque no fuera muy agraciada, quisieron casarse con ella millonarios y militares rusos, polacos, suecos. A todos les dijo que no, porque quería dedicarse a su carrera, y lo hizo.
El primer Alvear, bisabuelo de Marcelo Torcuato, había llegado a Buenos Aires en el siglo XVIII. Su abuelo, el general Carlos María de Alvear, era héroe de la independencia. Su padre, Torcuato de Alvear, había sido intendente de Buenos Aires durante la primera presidencia del general Julio A. Roca. Marcelo Torcuato, nacido en 1868, era un joven alegre, expansivo, dicharachero. Se recibió de abogado sin problemas. Era aficionado a las parrandas, a las coristas, al goce de la noche. Un auténtico "niño bien". Su fortuna era inmensa. No solamente la que le había legado su padre, sino la que había obtenido de su madre, Elvira Pacheco, hija del general rosista Angel Pacheco. El efectivo de Alvear a comienzos del siglo XX rondaba el millón de pesos. ¡Un millón de pesos del año 1900!
Todo llevaba a Alvear a convertirse en un político de la oligarquía. Sin embargo, en 1890, un grupo de amigos, estudiantes de clase alta, entre los que estaban Carlos Rodríguez Larreta, Angel Gallardo y Octavio Pico, disconformes con el mediocre gobierno del presidente Miguel Juárez Celman, participaron en la Revolución del Parque, que fue el bautismo de fuego de la naciente Unión Cívica Radical. En esas jornadas de lucha, Marcelo trató al fogoso tribuno Leandro N. Alem y a un político de la parroquia de Balvanera, dieciséis años mayor que Marcelo y que iba a ser importante en su vida: Hipólito Yrigoyen. Alvear quedó marcado por aquella algarada juvenil y, con esa lealtad que le reconocen hasta sus detractores, se convirtió en militante de la nueva causa, lo que le acarreó disgustos, e incluso cárcel.
1889. Uno de los primos de Marcelo (el melómano Diego de Alvear) había escuchado a Regina Pacini en el Solís de Montevideo y le elogió a Marcelo la voz maravillosa de la jovencísima soprano ligera portuguesa. Allí estaba Marcelo en su palco del Politeama. Alto, bien plantado (era un deportista cabal, de la estirpe de los Duggan o los Newbery), con unos bigotes mosqueteriles. ¿Qué sintió Marcelo cuando escuchó a Regina cantar El barbero de Sevilla? Debió de ser algo muy fuerte. Dicen que cada vez que él la escuchaba en un escenario, los ojos se le llenaban de lágrimas. Esa misma noche se enamoró perdidamente. Le mandó varias docenas de rosas rojas y blancas y una pulsera de oro y brillantes. Regina, acostumbrada a los desbordes de sus admiradores, le devolvió la pulsera y partió de regreso a Europa. Pero Marcelo no dejaría escapar esa presa. Para él, viajar a Europa era como ir al café de la esquina. Empezó a recorrer los mejores teatros de Madrid, París, Londres, Montecarlo, Budapest, Odessa, y llenaba los camarines de Regina Pacini con miles y miles de rosas rojas y blancas.

Prejuicios de clase

En las fiestas de las embajadas argentinas y en los salones de la aristocracia europea a los que ambos tenían acceso (él por su origen y ella por sus triunfos artísticos), Regina y Marcelo se fueron conociendo, quizás intimaron. En 1901, Regina volvió a Buenos Aires, esta vez para cantar en el teatro San Martín de la calle Esmeralda. En 1903, Marcelo, tras haberla seguido por medio mundo, se declaró y ella le dio el sí, pero puso como condición cantar cuatro años más.
Porque él, como no podía ser de otra manera en aquella época, le exigió que una vez casada dejara de cantar. Cuando finalmente se fijó fecha para la boda, la noticia consternó a la aristocracia argentina. ¡Aquella portuguesa fea y bajita había enganchado al soltero de oro, al mejor partido del país, por el que suspiraban las más bellas herederas, chicas de las familias Peña, Anchorena, Alzaga!
La resistencia sorda de la sociedad porteña a aceptar a la Pacini (extranjera y, lo que era entonces un pecado imperdonable, artista) afloró en su segunda visita, cuando ya Marcelo no ocultaba su amor. Días antes de la boda, quinientas personas de su clase social le enviaron un telegrama al novio pidiéndole que "recapacitara". Marcelo lo recibió durante la despedida de soltero, en París, y se deprimió mucho. La fiesta se convirtió en un velorio. También Felicia estuvo en contra de la boda porque no quería que su hija dejara de cantar. La tirantez entre suegra y yerno duró toda la vida.
La ceremonia secreta en Lisboa fue una bofetada a los prejuicios de clase. Debe pensarse lo que significaba la familia Alvear. Aunque don Torcuato y doña Elvira ya habían muerto, los hermanos de Marcelo (uno de ellos, Carlos, era entonces intendente de Buenos Aires), sus numerosos sobrinos, primos, tíos y tías conformaban la elite social de Buenos Aires, que quedaba así excluida de participar en una ceremonia de alto valor simbólico.
La noche de bodas transcurrió en el Royal Hotel, en Estoril, la ciudad del aire perfumado. La suite nupcial estaba llena de rosas y en el fonógrafo sonaba L’elisir d’amore cantado por Regina. El le hizo un regalo de bodas fabuloso: Coeur Volant, un castillo normando en Versailles, cerca de París. La pareja lo amuebló con refinamiento y lo habitó por largos años. La mejor habitación, con un piano y un atril, era como un teatro en miniatura. Desde entonces, ella cantaría para una sola persona: Marcelo. Los pocos discos que habían registrado su voz, la propia Regina los retiró de circulación. ¿Sacrificó ella su carrera? En todo caso, cantó profesionalmente durante veinte años, y si bien se retiró en su apogeo, tenía 36 años cuando se casó con un Alvear de 39.
Durante cuatro años no pisaron Buenos Aires. El regreso se produjo recién en 1911. Se encontraron con un medio hostil. Un incidente grave se produjo durante la fiesta de bodas de Elvirita de Alvear, en El Talar de Pacheco. Ninguna mujer le hablaba a Regina. Dicen que Marcelo, cuya fama de mujeriego siempre había sido amplia, le dijo a su esposa, indignado: "No te preocupés Regina, que a todas éstas yo les levanté las polleras". Que Alvear fuera así nunca le preocupó a Regina, porque sabía que siempre volvería con ella. Vivieron juntos durante 35 años. No tuvieron hijos, y ella lo acompañó, en las duras y en las maduras.
Fue el general Julio A. Roca quien rompió el cerco social cuando, en una recepción oficial, se acercó a Regina para conversar amablemente con ella. Desde entonces, la guerra contra la "advenediza" se atenuó.
En 1912, Marcelo fue elegido diputado. Su actuación no pasó de discreta. Era entonces muy mal orador (recién en su madurez adquirió la destreza y el gusto de hablar para multitudes). Cuando Hipólito Yrigoyen llegó a la presidencia, en 1916, nombró a Alvear ministro plenipotenciario en París. Secundado por Regina, su desempeño fue brillante: los principales políticos franceses –Raymond Poincaré, Georges Clemenceau– frecuentaban Coeur Volant. Cuando, en 1922, Yrigoyen designó sucesor –su palabra era orden para la convención radical–, el dedazo del Peludo recayó en Marcelo, algo que muchos no podían creer. Contaba Ramón Columba, taquígrafo parlamentario y caricaturista político, que la gente se decía: ¿Marcelo presidente? Y lanzaban una carcajada. ¿Por qué Yrigoyen eligió a Alvear como su sucesor? Es cierto que aquél tenía por Marcelo una debilidad personal, y apreciaba su energía y coraje, así como su inclaudicable optimismo. Los historiadores tienen diferentes explicaciones sobre el gesto de Yrigoyen, pero prevalece la idea de que quiso dejar en la Rosada a un hombre leal, y asegurarse de que, en 1928, al término de seis años, le devolviese el poder.
Marcelo parecía predestinado al éxito. Le tocó gobernar durante los años de bonanza que fueron de 1922 a 1928. La Argentina creció a buen ritmo y no hubo grandes conflictos. Fue la última década feliz de una Argentina opulenta. Presidió incontables inauguraciones, recepciones y fiestas. A su lado, Regina fue una primera dama discreta, que apoyó las actividades culturales con entusiasmo. Infaltable en las funciones del Colón, la pareja presidencial atravesó una época de fermentos creativos. Los jóvenes escritores apreciaban a un presidente que asistía a las lecturas poéticas en el Tortoni, frecuentado por vates vanguardistas como Jorge Luis Borges o comunistas como Raúl González Tuñón. En cuanto a Victoria Ocampo, con quien se dice que Marcelo tuvo un affaire, lo adoraba: lo definió como "un ser inverosímilmente perfecto".
Regina es recordada por una obra en la que se empeñó a fondo, con el pleno apoyo de su marido: la Casa del Teatro, inaugurada en 1938, un lugar para que los teatristas terminen con dignidad su vida. Hoy alberga a 46 pensionistas, incluida la viuda del mago Fu Man Chú.
¿Cuál fue el rol político de Regina? Es difícil decirlo, por el pudor y la discreción que la distinguían. Ella no creó un nuevo Marcelo, aunque la figura de Regina se agigantó durante los últimos diez años de Alvear, cuando la buena fortuna se trocó en infelicidad para el país y en duras pruebas para la pareja. Un biógrafo de Agustín P. Justo cuenta que este general, que fue el ministro de guerra de Alvear, había adquirido su chalet de la avenida Federico Lacroze, en Belgrano, para estar cerca de la que era entonces la residencia de los Alvear, y que frecuentaba cada día la casa del presidente para congraciarse con éste. La intuición de Regina le decía que había algo tortuoso en la sumisión de Justo, a quien no soportaba. En 1932, el gobierno surgido del golpe de Estado proscribió la candidatura de Alvear para favorecer a Justo. Ya en el gobierno, que ocupó de 1932 a 1938, Agustín P. Justo encarceló a Alvear en Martín García. Entonces afloró la fibra de Regina. Durante el terrible verano del ’33, que Marcelo pasó preso en un barracón de la isla, agobiado por los mosquitos y bañándose en una única canilla con otros centenares de detenidos políticos, Regina cruzó más de cincuenta veces el río en una barca, a veces desafiando furiosos oleajes, para llevar mudas, comida y aliento a su marido.
En 1938, los radicales proclamaron la fórmula Alvear-Mosca, y allí fue Marcelo, enhiesto aunque ya casi setentón, a recorrer el país como un principiante, hostilizado por las patotas conservadoras, la policía brava y algunos radicales yrigoyenistas que lo tachaban de traidor, mientras que ganaba la admiración de muchos argentinos por no claudicar en la lucha contra el fraude, ese flagelo que, finalmente, le birló el triunfo y consagró presidente a Roberto Ortiz. Alvear había perdido casi toda su fortuna, en parte por su vida de lujos y placeres, en parte porque la política se la había comido. Al morir, le quedaban Villa Regina, su residencia de Mar del Plata (hipotecada); Villa Elvira, en Don Torcuato (la hizo construir en 1942, la bautizó en recuerdo de su madre y sólo vivió allí quince días), un auto Buick ’41 y un capital de 150.000 pesos, cifra ya consumida por la inflación.
El 23 de marzo de 1942, Marcelo, fulminado por una crisis cardíaca, terminó sus días en Don Torcuato. A su lado, la mano en la mano, estaba Regina Pacini.
Ella lo sobrevivió largos años. Se refugió en Villa Elvira. Murió en 1965, a los 95 años. El día 23 de cada mes, Regina iba a la Recoleta y le llevaba a su marido un gran ramo de rosas blancas y rojas. Se sentaba en una sillita en el interior de la bóveda y pasaba largo rato allí. Sus labios se movían, las lágrimas le afloraban a los ojos como si hablara con Marcelo, como si pronunciara palabras de amor.