lunes, 21 de enero de 2013

Anécdotas del general Perón

Juan Domingo Perón se subió al helicóptero en la Quinta de Olivos. Le habían avisado que un argentino estaba por ganar el Gran Premio de Fórmula Uno en el Autódromo de Buenos Aires. Tenía que estar en los festejos como en los años en queJuan Manuel Fangio le ofrecía sus triunfos. Carlos Reutemann punteaba con comodidad. Pero cuando el General se sentó en el palco junto a Isabelita y   RaúLastiri, el Lole se quedó sin nafta. Reutemann, igual, se subió al palco a saludar a Perón. El presidente le entregó un regalo: “Mirá, pibe, no tengo otra cosa para entregarte, es la lapicera que tengo.” Poco después, durante la firma de un acuerdo para que YPF apoye al Lole, Perón lo abrazó sonriendo: “Tome, para que no se quede sin nafta.”
La historia la cuenta un periodista que prefiere el anonimato y es una de las muchísimas anécdotas que Jorge Bernárdez y Luciano Di Vito recopilaron en Las aventuras de Perón en la Tierra, un libro que salió este mes a la venta y muestra el lado menos público y, acaso, más cotidiano del General. El deporte está metido entre todo eso porque, como dice el sociólogoPablo Alabarces, el peronismo fue su edad de oro. “Los campeonatos Evita –dice Bernárdez, uno de los autores– no eran mera demagogia, los chicos eran atendidos por médicos y llevaban fichas de cada uno. Eso es concreto.” El Perón hincha se parece a una construcción mitológica. Bernárdez y Di Vito sostienen que era de Boca, como lo asegura Antonio Cafiero y, según cuentan, algunas fotos. Aunque historiadores de Racing, como Fernando Paso Viola Frers, reafirman que era de la Academia, cuyo estadio –construido gracias a la gestión y los créditos blandos de su ministro de Hacienda, Ramón Cereijo– lleva el nombre del General. En realidad, también dicen, Perón no era un hombre muy interesado en el fútbol. Sin embargo, en una de las anécdotas, parece mostrar un ojo especializado y hasta cierto buen gusto. Ocurrió en Puerta de Hierro, antes de su regreso al país, durante una visita de su amigo Enrique Omar Sívori, que por entonces era técnico de la Selección Argentina. Se venía el Mundial ’74 en Alemania, y Perón analizaba a los equipos: “Fíjese en Holanda, Sívori, acuérdese de lo que le digo. Es el mejor equipo del momento. Los otros candidatos para el próximo Mundial son los alemanes, porque juegan en su país. No creo que el título salga de ahí.” También le preguntó, mientras servía café: “¿Tendremos que hacer nosotros lo mismo que los europeos? ¿Habrá que transformar a nuestros clubes en empresas? Vamos a tener que pensarlo.” 
Sívori no siguió como técnico de la Argentina. Lo remplazó Vladislao Cap en épocas en las que la Selección parecía un barco a la deriva. En pleno Mundial, Perón murió. El equipo enfrentó a Alemania dos días después con un brazalete negro. “Yo tenía bronca porque estaba lejos y sabía que el pueblo sufría, por eso hablé con los muchachos para que no jugáramos el último partido”, contó René Houseman. “En mi caso –agregó el Loco–, no había manera de convencerme de que saliera a la cancha hasta que me dijeron que había que ganar para dedicarle el triunfo al General.” Los jugadores lo homenajearon con una misa en la iglesia San Lambertus. Se volvieron pronto y goleados. Los candidatos de Perón, en cambio, llegaron a la final: Alemania le ganó a Holanda. 
Bernárdez, uno de los autores del libro, sostiene: “Perón era deportista y eso es lo que hace que sea tan creíble la relación de su gobierno con los deportes y los deportistas.” En su libro La patria deportista, Ariel Scher cuenta: “Corrió, hizo gimnasia en aparatos, tomó la espada, tiró, cabalgó, saltó en alto y en largo, boxeó y hasta jugó al fútbol. Se transformó en un deportista experto y resolvió que pocas cosas formaban y gratificaban tanto a un militar como el deporte.”  Bernárdezagrega, en ese sentido, que las políticas de Perón generaron simpatía en ese mundo. “Está claro –dice– que en una época los deportistas eran peronistas y los tipos que no lo eran, como Ringo Bonavena, eran una rareza.” 
En el boxeo, uno de los deportes preferidos del General, estaban Pascual Pérez, José Gatica y Alfredo Prada. Ricardo Primitivo González, en cambio, no era peronista. Tampoco muchos de sus compañeros campeones del Mundial de Básquet de 1950. Pero haber ganado durante el peronismo les valió el castigo de la Libertadora. También a otros 35 jugadores de básquet, al remero Eduardo Guerrero, a los atletas Osvaldo Suárez y Walter Lemos, y al campeón de bochas Roque Juárez. También hay historias de aquellos que no adhirieron al peronismo. La atleta Noemí Simonetto, cuentan, quedó relegada por no haber dedicado la medalla de plata que obtuvo en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 por la prueba salto en largo. Dicen que Luis Elías Sojit, relator peronista, no nombraba a Eusebio Marcilla porque este se negaba a llevar consignas oficiales en sus autos. 
Si algo no hizo Perón con el deporte fue ignorarlo. Por eso, aquel 13 de enero de 1974, se subió al helicóptero para saludar a un argentino que estaba a punto de ganar. No pudo. Reutemann se quedó sin nafta. Sólo le entregó una lapicera que, como también se cuenta en Las aventuras de Perón,  el piloto usó para firmar el acta de asunción como gobernador de Santa Fe. Pero ese final, como dicen en el libro, es parte de otra historia.