lunes, 30 de marzo de 2015

Anécdotas de Juan Manuel de Rosas

Los 25 mates
Juan Manuel de Rosas Cuenta Gabriel Carrasco, hijo de Eudoro Carrasco, empleado de la Secretaría de Rosas, una anécdota que recoge de su padre y que se refiere al Profesor de música de Manuelita Rosas (le enseñaba piano). 
En una circunstancia, don Juan Manuel de Rosas trabó conversación con el Profesor, requiriéndole información sobre los adelantos de Manuelita en sus clases de música, originándose una prolongada conversación con el docente domiciliario... 
Rosas, que siempre estaba asistido por una ordenanza que le cebaba mate, invitó al maestro de música, que aunque era poco aficionado a la criolla infusión, aceptó el ofrecimiento que venía de tan alta investidura. Mientras Rosas conversaba animadamente, el mate circulaba sin interrupción entre ambos protagonistas, hasta que en el sexto mate, el maestro, satisfecho, dio gracias al ordenanza. 
Cuando Rosas recibe en forma seguida su mate se da cuenta que el maestro lo había abandonado, por lo que le advirtió que no quedaba bien tomar mate sólo, sino con alternancias, por lo que lo invitaba a seguir acompañándolo. El maestro, sin ningún entusiasmo, reanudó la ronda de mates con Rosas que era un gran tomador do esa infusión. Cuando se llegó a los quince mates el maestro estaba más que saturado y próximo a descomponerse, por lo que hizo señales al cebador en un sentido negativo. Rosas, advertido le manifestó que el mate estaba riquísimo y que sería una picardía el dejarlo, más aún, sería casi como una ofensa si lo dejaba sólo con el mate. Estas últimas expresiones, al parecer sonaron muy graves ya que el maestro resignado tuvo que seguir tomando mate. 
El pobre hombre estaba hinchado, descompuesto, opilado como se dice, y entre la animada conversación de Rosas y sus miradas imperativas, siguió tomando hasta que Rosas, llamado por sus tareas políticas y administrativas tuvo que retirarse, situación que el maestro totalmente descompuesto aprovechó para retirarse de la casona de Palermo, llegando a su casa en estado deplorable. 
A los pocos días, le llega de Palermo un sobre con una carta de Rosas en la que lo felicita por los progresos registrados por Manuelita en el piano, y también había dentro del sobre otro envoltorio; al abrir este último, encuentra veinticinco mil pesos y una nota que decía: “Van mil pesos por cada mate”, una pequeña fortuna. Dicen que el maestro golpeó fuertemente el pie contra el piso y exclamó: “¡Haberme tomado treinta mates!”, olvidando la descompostura de las vísperas. 

“Cuento lo que me contó Miró” (Mansilla) 
Estamos en la estancia "del Pino". Mejor dicho: están tomando el fresco bajo el árbol que le da su nombre a la estancia, don Juan Manuel Rosas y su amigo el señor don Mariano Miró (el mismo que edificó el gran palacio de la plaza Lavalle, propiedad hoy día de la familia de Dorrego). 
De repente (cuento lo que me contó el señor Miró) don Juan Manuel interrumpe el coloquio, tiende la vista hasta el horizonte, la fija en una nubecilla de polvo, se levanta, corre, va al palenque donde estaba atado de la rienda su caballo, prontamente lo desata, monta de salto y parte... diciéndole al señor Miró: “Dispense, amigo, ya vuelvo”. 
Al trote rumbea en dirección a los polvos, galopa; los polvos parecen moverse al unísono de los movimientos de don Juan Manuel. Miró mira: nada ve, Don Juan Manuel apura su flete que es de superior calidad; los polvos se apuran también. Don Juan Manuel vuela; los polvos huyen, envolviendo a un jinete que arrastra algo. Don Juan Manuel con su ojo experto, ayudado por la milicia gauchesca, tuvo la visión de lo que era la nubecilla de polvo aquella, que le había hecho interrumpir la conversación. “Un cuatrero”, se dijo, y no titubeó. 
En efecto, un gaucho había pasado cerca de una majada y sin detenerse había enlazado un capón y lo arrastraba, robándolo. El gaucho vio desprenderse un jinete de las casas. Lo reconoció, se apuró. Don Juan Manuel se dijo: “Caray..." De ahí la escena... Don Juan Manuel castiga su caballo. El gaucho entonces suelta el capón con lazo y todo, comprendiendo que a pesar de la delantera que llevaba no podía escaparse por bien montado que fuera, si no largaba la presa. 
Aquí ya están casi encima el uno del otro. El gaucho mira para atrás y rebenquea su pingo (a medida que don Juan Manuel apura el suyo) y corta el campo en diversas direcciones con la esperanza de que se le aplaste el caballo a don Juan Manuel. 
Entran ambos en un vizcacheral. Primero, el gaucho; después, don Juan Manuel; pero el obstáculo hace que don Juan Manuel pueda acercársele al gaucho. Rueda éste; el caballo lo tapa. Rueda don Juan Manuel; sale parado con la rienda en la mano izquierda y con la derecha lo alcanza al gaucho, lo toma de una oreja, lo levanta y le dice: 
– Vea, paisano, para ser buen cuatrero es necesario ser buen gaucho y tener buen pingo... Y, montando, hace que el gaucho monte en ancas de su caballo; y se lo lleva, dejándolo a pie, por decirlo así; porque la rodada había sido tan feroz que el caballo del gaucho no se podía mover. La fuerza respeta a la fuerza; el cuatrero estaba dominado y no podía escurrírsele en ancas del caballo de don Juan Manuel, sino admirarlo, y de la admiración al miedo no hay más que un paso. Don Juan Manuel volvió a las casas con su gaucho, sin que Miró por más que mirara, hubiera visto cosa alguna discernible... 
– Apéese, amigo – le dijo al gaucho, y enseguida se apeó él, llamando a un negrito que tenía. El negrito vino, Rosas le habló al oído, y dirigiéndose enseguida al gaucho, le dijo: 
– Vaya con ese hombre, amigo. 
Luego volvió con el señor Miró, y sin decir una palabra respecto de lo que acababa de suceder, lo invitó a tomar el hilo de la conversación interrumpida, diciéndole: 
– Bueno, usted decía... 
Salieron al rato a dar una vuelta, por una especie de jardín, y el señor Miró vio a un hombre en cuatro estacas. Notado por don Juan Manuel, le dijo sonriéndose. 
– Es el paisano ése... 
Siguieron andando, conversando... La puesta del sol se acercaba; el señor Miró sintió unos como palos aplicados en cosa blanda, algo parecido al ruido que produce un colchón enjuto, sacudido por una varilla, y miró en esa dirección. Don Juan Manuel le dijo entonces, volviéndose a sonreír, haciendo con la mano derecha ese movimiento de un lado a otro con la palma para arriba, que no dejaba duda: 
– Es el paisano ése... 
Un momento después se presentó el negrito y dirigiéndose a su patrón, le dijo: 
– Ya está, mi amo.
– ¿Cuántos?
– Cincuenta, señor.
– Bueno, amigo don Mariano, vamos a comer...
El sol se perdía en el horizonte iluminado por un resplandor rojizo, y habría sido menester ser casi adivino para sospechar que aquel hombre, que se hacía justicia por su propia mano, sería en un porvenir no muy lejano, señor de vidas, famas y haciendas, y que en esa obra de predominio serían sus principales instrumentos algunos de los mismos azotados por él. Don Juan Manuel le habló al oído otra vez al negrito, que partió, y tras de él, muy lentamente, haciendo algunos rodeos, ambos huéspedes. 
Llegan a las casas y entran en la pieza que servía de comedor. Ya era oscuro. En el centro había una mesita con mantel limpio de lienzo y tres cubiertos, todo bien pulido. El señor Miró pensó: “¿quién será el otro...?" 
No preguntó nada. Se sentaron, y cuando don Juan Manuel empezaba a servir el caldo de una sopera de hoja de lata, le dijo al negrito que había vuelto ya: 
– Tráigalo, amigo –. Miró no entendió. 
A los pocos instantes entraba, todo entumido, el gaucho de la rodada. 
– Siéntese, paisano – le dijo don Juan Manuel, endilgándole la otra silla. El gaucho hizo uno de esos movimientos que revelan cortedad; pero don Juan Manuel lo ayudó a salir del paso, repitiéndole – : Siéntese no más, paisano, siéntese y coma. 
El gaucho obedeció, y entre bocado y bocado hablaron así: 
– ¿Cómo se llama, amigo?
– Fulano de tal.
– Y, dígame, ¿es casado o soltero?... ¿o tiene hembra?...
– No señor – dijo sonriéndose el guaso – ¡si soy casado!
– Vea, hombre, y... ¿tiene muchos hijos?
– Cinco, señor.
– Y ¿qué tal moza es su mujer?
– A mí me parece muy regular, señor...
– Y usted ¿es pobre?
– ¿Eh!, señor, los pobres somos pobres siempre...
– Y ¿en qué trabaja?...
– En lo que cae, señor...
– Pero también de cuatrero, ¿no?...
El gaucho se puso todo colorado y contestó: 
– ¡Ah!, señor, cuando uno tiene mucha familia suele andar medio apurado...
– Dígame amigo, ¿no quiere que seamos compadres? ¿No está preñada su mujer?– 
El gaucho no contestó. Don Juan Manuel prosiguió. 
– : Vea, paisano; yo quiero ser padrino del primer hijo que tenga su mujer y le voy a dar unas vacas y unas ovejas, y una manada y una tropilla, y un lugar por ahí, en mi campo, y usted va a hacer un rancho, y vamos a ser socios a medias. ¿Qué le parece?... 
– Como usted diga, señor. 
Y don Juan Manuel, dirigiéndose al señor Miró le dijo: 
– Bueno, amigo don Mariano, usted es testigo del trato, ¿eh?... 
Y luego, dirigiéndose al gaucho agregó: 
– Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?...
– Sí, señor. 
La comida tocaba a su término. Don Juan Manuel, dirigiéndose al negrito y mirándolo al gaucho, prosiguió: 
– Vaya amigo, descanse; que se acomode este hombre en la barraca, y si está muy lastimado que le pongan salmuera. Mañana hablaremos; pero tempranito, vaya y vea si campea ese matungo, para que no pierda sus pilchas... y degüéllelo... que eso no sirve sino para el cuero, y estaquéelo bien, así como estuvo usted por zonzo y mal gaucho... – Y el paisano salió. 
Y don Mariano Miró, encontraba aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio... 
Un párrafo más, y concluyo.
El cuatrero fue compadre de don Juan Manuel, su socio, su amigo, su servidor devoto, un federal en regla. Llegó a ser rico y jefe de graduación. 
Lucio V. Mansilla 

viernes, 13 de marzo de 2015

Francisco "Pancho" Ramírez Por José Valle

Francisco "Pancho" Ramírez (Concepción del Uruguay Entre Ríos, 13 de marzo de 1786 –Chañar Viejo, Córdoba, Argentina, 10 de julio de 1821)

Caudillo entrerriano, llamado El Supremo por sus camaradas -quienes lo consideraban único líder y guía- fue uno de los primeros líderes del federalismo provincial contra el unitarismo y la dominación de Buenos Aires.
Hombre simpático y completamente enamorado de su Delfina, cautiva portuguesa que lo acompañó incondicionalmente -incluso en la lucha armada-, Ramírez, en sólo tres escasos años que duró su deslumbrante carrera logró imponer su nombre por las Provincias Unidas e inmortalizarlo en la historia como un ejemplo de humanidad, convicción y valentía.
En medio de tremendas luchas jamás cometió un atropello, no incurrió en crueldad, en codicia o prepotencia. Cuando ejerció el poder supremo de la "República de Entre Ríos", se preocupó de crear escuelas, montar las bases de una administración pública que duraría muchos años y defender sinceramente el patrimonio de sus gobernados.
M
uere a los 34 años de edad defendiendo a su hembra en el momento más alto de su ambición y su gloria.
La República de Entre Ríos no sobrevivió a Ramírez. Pero el legado del Supremo sí, por eso, aún después de 100 años, sigue siendo motivo de asombro y admiración.
Francisco “Pancho “Ramirez quizo extender nuestra patria ,con profundo sentido latinoamericano ,unir a los pueblos de la cuenca del plata en un gran estado independiente.
Lucho para que los argentinos sintieses el orgullo de ser dignos y libres en su tierra e impuso la idea de la republica que nos salvo de los títulos nobiliarios que heredan unos pocos y que humillan a millones.Los grandes ideales del Supremo Entrerriano no moriran jamás,porque ellos sintetizan nuestro pensamiento nacional, popular y federal.

Extraido de "Francisco Ramírez, el caudillo enamorado" de José Angel Valle, Ed. En un Feca, 2013.Ilustración de Pedro Araya

Juan Martín de Pueyrredón

Juan Martín de Pueyrredón fue uno de los hombres clave del período revolucionario. Masón y liberal, ilustrado y unitario, nació en 1777, hijo de un adinerado vasco francés y de una austera irlandesa. Como tantos otros patriotas del período, estudió en el Colegio San Carlos, antes de seguir su destino por Europa, Cádiz y París, estudiando el arte y la filosofía de la ilustración.
En 1802 volvió a Buenos Aires, donde asumió los negocios familiares y se transformó en un próspero comerciante.  Contrajo su primer y frustrado matrimonio con una prima que, al poco tiempo de casados, fue tomada por loca y, posteriormente, falleció.
Por entonces, Pueyrredón participó como prácticamente toda Buenos Aires de la defensa frente a las invasiones inglesas, tomando hacia el final la titularidad del regimiento de húsares y siendo enviado con posterioridad a España para informar sobre la derrota inglesa. Fue entonces cuando observó la decadencia de la monarquía española y le sobrevino la idea de que un cambio radical era inevitable.
Hacia 1810, Pueyrredón participó de los acontecimientos de Mayo, siendo pronto encargado de la gobernación de la gran Córdoba y, tras el avance del ejército patriota hacia el Alto Perú, de la intendencia de Charcas (hoy Sucre).
En 1812, cuando se entretejían las mayores intrigas en torno a la conducción del proceso revolucionario, Pueyrredón dejó el mando del Ejército del Norte a cargo de Manuel Belgrano y viajó a Buenos Aires para reemplazar a Juan José Paso en el Triunvirato. Pero duró poco esta etapa, siendo disuelto el Triunvirato y él detenido.
Sin embargo, al poco tiempo había retomado la actividad en las provincias del Cuyo y, ya en 1816, el Congreso de Tucumán lo designó Director Supremo de las Provincias Unidas, con el apoyo de Martín Miguel de Güemes y José de San Martín. Desde aquel cargo, que conservó durante tres años, apoyó la campaña a Chile de San Martín, aunque le aconsejó “pordiosear cuando no hay otro remedio”, pero también combatió al proyecto artiguista y otros líderes federales.
Entre 1816 y 1819, su carácter aristocratizante, unitario y porteño se fue acentuando lentamente. Con posterioridad a su rol como Director Supremo, en la década de 1820, atenuó su participación política, dedicándose a la vida familiar, a su segunda esposa -una joven de 14 años, con la que se casó en 1815, cuando ya se acercaba a los 40- y a su hijo Prilidiano.
Juan Martín de Pueyrredón, tío de José Hernández, el autor del Martín Fierro, vivió su vejez en Montevideo, primero, y en París, después. Tras su regreso a Buenos Aires, falleció en marzo de 1850, a los 72 años de edad.

jueves, 5 de marzo de 2015

Urquiza asume como primer Presidente Constitucional




El 5 de marzo de 1854 el general Justo José de Urquiza prestó juramento ante el Congreso Nacional reunido en Santa Fe como presidente de la Confederación Argentina, junto al vicepresidente, Salvador María del Carril.
Justo José de Urquiza llega a la presidencia siendo el primer presidente de la Confederación Argentina.
Durante su gobierno, consecuencia directo del triunfo sobre Rosas en Caseros y del dictado de la constitución nacional, las provincias promulgaron sus propias constituciones. Se designaron los miembros de la Superior Corte de Justicia y se organizaron los tribunales del territorio federalizado. Se dictaron las leyes de ciudadanía y de elecciones.
El Colegio de Concepción del Uruguay y se convirtió en importante centro cultural. Se contrató en Europa a destacados profesores como Amadeo Jacques, Germán Burmeister y Juan Lelong.
Se editó por cuenta del gobierno las obras de Juan Bautista Alberdi. Se nacionalizó la Universidad de Córdoba. Se alentó la inmigración europea y la instalación de colonias agrícolas; se realizó un censo nacional (1857; se exploraron los ríos interiores y se efectuaron estudios para trazar líneas férreas desde Rosario a Córdoba y a Mendoza.
El Congreso ratificó los tratados, firmados por Urquiza antes de ser electo presidente, con Inglaterra, Francia y Estados Unidos que proclamaban la libre navegación de los ríos.
Se firmaron tratados de amistad y comercio con Paraguay país al que se le reconoció su independencia, y con Chile y Brasil.
Se nombró a Juan Bautista Alberdi representante diplomático del gobierno de Paraná en Europa. Por su gestión Francia, Gran Bretaña y el Vaticano reconocieron la legitimidad del gobierno de la Confederación.
Nació en el Talar del Arroyo Largo, provincia de Entre Ríos, el 18 de octubre de 1801; cursó sus estudios primarios en Concepción del Uruguay y los secundarios en el Colegio San Carlos, en la ciudad de Buenos Aires.
De regreso en su provincia, en 1819, abrió una pulpería que atendió personalmente durante un tiempo. Más tarde intervino en un golpe militar contra el gobernador Mansilla, por lo que debió desterrarse en Corrientes.
En 1826 recibió la designación de diputado ante el Congreso entrerriano y en esa ocasión se manifestó como un notabla parlamentario, favorable al sistema federal y contrario a la Constitución unitaria de 1826. Asimismo se mostró un fervoroso partidario de la instrucción pública , inspirador de la ley que ordenaba que cada villa tuviera su escuela.
En 1836 conoció a Juan Manuel de Rosas quien vio en el joven coronel, ya famoso por su inteligencia y valor, un probable enemigo. Urquiza intervino luego en la batalla de Palo Largo contra las tropas entrerrianas sublevadas contra Rosas; en cambio no participó en la de Caa-guazú, en la que el talento táctico del general paz anuló completamente a los entrerrianos.
En 1841 la Legislatura de su provincia lo nombró gobernador y brigadier general del ejército. Durante este primer período de su gestión Urquiza intervino en los conflictos militares que enfrentaban, en el Uruguay, a Oribe y Rivera. El gobernador entrerriano derrotó a este último en la batalla de India Muerta, lo cual le valió su reelección como gobernador.
Sus actos de gobierno pusieron en evidencia su enfoque progresista, fomentando la agricultura, estimulando el comercio, promoviendo industrias y fundando escuelas en las que implantó la enseñanza gratuita. No obstante era evidente que en tanto Rosas siguiera dominando en Buenos Aires e imponiendo su omnímoda voluntad en la política del país, Entre Ríos vería limitadas sus posibilidades de progreso. Para muchos, Urquiza era entonces la figura más prominente del país y el único capaz de enfrentar a Rosas.
Uno de los hechos fundamentales de este período fue la fundación del primer colegio secundario de la República en Concepción del Uruguay, fiel testimonio de la compleja personalidad de Urquiza quien aunaba austeras costumbres campesinas con exquisitos refinamientos de caballero renacentista.
En 1851 se rebeló contra Rosas proclamando la soberanía de su provincia y con el lema Libertad, organización y guerra al despotismo inició su campaña, primero contra Oribe a quien obligó a levantar el sitio de Montevideo y luego contra Rosas, a quien derrotó en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Su gestión posterior fue de gran generosidad y sensatez; a fines de mayo de ese mismo año se firmó el Acuerdo de San Nicolás y Urquiza fue nombrado director provisional de la Confederación y jefe de su ejército. En setiembre estalló una revolución dirigida por el doctor Valentín Alsina; la provincia de Buenos Aires, en disidencia, se separó del resto de la Confederación dándose su propia Constitución. No obstante las demás provincias persistieron en la idea de unidad nacional, y reunidas en Santa Fe sancionaron la Constitución que Urquiza luego declaró ley fundamental de la Nación.
En ese mismo año de 1853 fue elegido primer presidente constitucional de los argentinos. Asumió el cargo el 5 de marzo de 1854 y se dio a una impresionante tarea de organización nacional: organizó la administración, mandó construir caminos y líneas ferroviarias, estableció correos, inauguró los sistemas de rentas y aduanas, instaló el régimen de justicia federal y fomentó la educación.
Después de la batalla de Cepeda, en la que Urquiza derrotó a Mitre, se firmó el pacto de San José de Flores por el que se incorporaba a Buenos Aires a la Confederación. Luego Urquiza entregó el gobierno a su sucesor, Sanitago Derqui, y se retiró a su provincia en la que volvió a hacerse cargo de la gobernación.
No obstante la batalla de Pavón vino a confirmar que el desacuerdo aún agitaba los espíritus; el triunfo de Mitre trajo como consecuencia la caída del presidente Derqui, lo cual convenció a Urquiza de que la unidad nacional se realizaría bajo la jefatura de Buenos Aires. Con ejemplar desprendimiento apoyó desde entonces a los gobiernos de Mitre y Sarmiento.
En 1870 estalló la revolución de López Jordán, irritado por la actitud legalista y conciliadora de Urquiza. Este fue asesinado en su Palacio de San José el 11 de abril de 1870 y dos de sus hijos, Justo y Waldino, fueron igualmente muertos en Concordia.
Víctima de la pequeñez localista de un rebelde caía uno de los hombres que más esfuerzos había realizado por lograr la unión y la tolerancia entre los argentinos, como único camino hacia el progreso.